Superstición de origen europeo, según la cual el séptimo hijo varón al llegar a la adolescencia se transforma en lobizón los martes y los viernes por la noche. para poder cumplir con este proceso se revuelca sobre algún elemento desintegrado, como por ejemplo arena, ceniza o la tumba de un cementerio. Al volver el día recupera la forma humana. para convertirse en animal debe cumplir ciertos ritos, como girar tres veces sobre su cuerpo.
Una forma de romper el hechizo es bautizando al niño en siete iglesias distintas. También puede librarse si es bautizado con el nombre de Benito, y si el mayor de los siete hermanos es su padrino.
Se lo representa como una mezcla de perro y cerdo, muy peludo y con grandes orejas, que recobra su fisonomía humana si alguien sin conocerlo lo hiere, o si un hombre lo muerde. Se cree que se alimenta de chicos no bautizados, excrementos y de desperdicios que encuentra en los basurales de las estancias. Se caracteriza por el fulgor de la mirada ("echa fuego por los ojos"). Es inmune a las armas de fuego, y solo se lo puede herir con un arma blanca. En presencia de su propia sangre recobra la forma humana, pero se convierte en enemigo mortal de quien descubrió su secreto y no se detiene hasta matarlo.
El lobizón ataca y puede traspasar el mal. No lo transmite mordiendo, sino pasando entre las piernas de alguien. A partir de allí la victima se convierte en lobizón, y el anterior escapa al maleficio. Si bien tiene forma perruna, los demás perros le ladran constantemente, si bien no atinan a morderle.
En Argentina la costumbre de que su hermano mayor sea el padrino, se cambió luego por el padrinazgo presidencial. Se sabe a través de relatos orales, ya que los archivos se quemaron a mediados de siglo, que en 1907 se realizó el primer bautismo con padrinazgo presidencial para revertir el maleficio, en la localidad de Coronel Pringles. Un inmigrante ruso padre de un séptimo hijo varón importó una tradición que cumplían rigurosamente los zares.